En huelga

Habían transcurrido varios meses desde que me implantaran el neuroestimulador y las marcas que quedarían para siempre en mi espalda cicatrizaron a buen ritmo.
El mando, el cargador y el cinturón ya formaban parte de la decoración de mi salón y de mi rutina, como en su día lo había hecho el oxigeno en el baño, perenne como el inodoro o el lavabo.

Pendiente andas cada día de tener carga suficiente, comprobando en tu mando cuanto te queda. Si este te avisa: «recargue estimulador pronto», pues está clarito, a ponerte el cargador con tu aparatoso cinturón y a «funcionar».
Debajo de la camiseta no se nota casi nada, evidentemente optas por una holgada si pretendes moverte de casa.
El cargador emite un sonido constante que al contacto con tu piel, donde tienes insertada la pila, se silencia. Eso indica que la carga se está realizando correctamente, y la duración es de tres horas más o menos. Todo dependerá de lo que se te mueva el cinturón. A cada desplazamiento de este te tendrás que percatar del sonido delator que te estará avisando de que no esta haciendo contacto, con lo cual el neuroestimulador podría apagarse.

Declaradas en huelga

Declaradas en huelga

Eran ya varios meses los que llevaba de convivencia con las «hormigas» y lógicamente no habían parado de trabajar. El hormiguero seguía igual de activo, como desde el momento en que salí de La Paz. Las sentía correr por sus túneles arriba y abajo, y acelerar cuando yo hacía un giro un poco brusco con el cuello. Pocos eran los momentos en los que lograbas desconectar (ojo con esta palabra en tipos como yo) y olvidarte de lo que sucedía en tu cabeza, del «hormigueo», del «hormiguero», de la parestesia o de su …..

Entre mis virtudes esta el ser despistado y, antes o después, olvidaría mirar el mando para comprobar de cuanta batería disponía antes de salir a la calle. Y así sucedió que en pleno Mercadona, empujando un carrito, la cabeza hizo ¡plof! Noté dentro un apagón, un vacío repentino totalmente inesperado. Era tan perceptible aquella sensación de desconexión que me llegue a asustar.
Fue cuando aparecimos por casa, y después de un buen rato de carga, el momento en el que las hormigas decidieron que aquella huelga había terminado. Percibes como los electrodos empiezan a soltar sus descargas. El hormiguero al unísono comienza la faena.

Lo mejor, una posición intermedia.

Lo mejor, una posición intermedia.

Tuve un descanso improvisado de todo ese alboroto de sensaciones que los electrodos producían en mi cabeza.

Entre el on y el off me quedo con el hormiguero en huelga, aunque a todo te acostumbras y ya cada vez me incomoda menos que anden todo el día trabajando sin parar.

                                                Muchísima salud

«Buenas tardes y buena suerte»

Desperté confuso y todavía sin una respuesta clara a las órdenes que el cerebro transmitía a mis extremidades. Era lo normal después de una intervención con anestesia. Lo diferente era la sensación que notaba en la cabeza, un…… «hormigueo» que se acentuaba con cada movimiento que hacía con ella. El neuroestimulador ya formaba parte de mi.
Poco tiempo tuve de intimidad con mi despertar y con mis nuevos inquilinos de la cabeza, la presencia de dos trabajadoras de la empresa de la marca del neuroestimulador, venian a alterar mis primeros cinco minutos de adaptación a los electrodos y a la percepción que sentía.
Todavía resiste algo de anestesia en el cuerpo, pero ya menos, empiezan a ser notables las molestias en la espalda, y allí están las dos «mendas» de Boston Scientific, al lado de mi camilla en un sala anexa al quirófano donde me han intervenido.

¡¡Jose!! ¡¡Jose!!. Bienvenido a tu nueva experiencia.

¡¡Jose!! ¡¡Jose!!. Bienvenido a tu nueva experiencia.

La alta de pelo rizado se dirige a mi por mi nombre, me suena su cara, creo haberla visto en el quirófano antes de la operación, con lo cuál me vio en pelotas, me ruborizo.

Me enseñan un mando a distancia y me cuentan cómo se utiliza. Servirá para subir y bajar la intensidad de los electrodos y para cambiar programas. También me facilitan un cargador para la pila, cuando esta se está quedando sin batería el mando te lo va indicando. La carga se realizará acercando el cargador a la pila situada encima de mi glúteo izquierdo. Para ayudarla me facilitan un cinturón donde meter el cargador y hacer contacto con la pila de mi cuerpo sin necesidad de estar agarrándolo.

De lo único que me enteré era de cómo se bajaban y subían las intensidades en el mando y de cómo repercutían en los electrodos y en las sensaciones de «hormigueo» en la cabeza. Se dedicaron a probarlo in situ varias veces para comprobar como efectivamente si le daban a subir, flecha hacia arriba, subía la intensidad y si daban a bajar, flecha hacía abajo, ésta bajaba. Como diría Rosario: «Sois unas monstruas».
De lo demás de poco me enteré, ni de lo del cargador, ni de los programas ni nada. Andaba yo empezando a notar el cuerpo molido y sin poder dejar de prestar atención a las nuevas sensaciones que me producía la cabeza. Tenía ésta como para centrarla en las dos cacatúas qué hablaban a la vez. Dejaron todos los aparatos encima de la cama una vez hubieron dado toda su explicación , y se despidieron recordándome que en la caja venia un libro de instrucciones. ¡¡¡Que cachondas!!!, ¿qué quieres recién despertado?, ¿qué me entere?. Las instrucciones venían en inglés.

¡¡La flecha para arriba, sube la intensidad, la flecha para abajo, la baja!!

¡¡La flecha para arriba, sube la intensidad, la flecha para abajo, la baja!!

El siguiente en aparecer fue el celador para conducirme bajo el cobijo de la familia que me esperaban desde primera hora de la mañana  que desaparecí de la habitación. Era la hora del Angelus cuando hacía acto de presencia ante una preocupada Marta. Todo estaba bien, lo único los dolores de la intervención qué empezaban a aparecer. La rigidez del cuello producto de las grapas aplicadas para cerrar las heridas de esa parte, ese «hormigueo» constante, y las demás incisiones  en espalda y encima del glúteo, hacían incómodo cualquier movimiento o cualquier postura que quisiera adoptar.
No llevaba media hora en la habitación cuando se presentó el Dr Paz, responsable de la operación, interesándose por mi estado y facilitándome la tarjeta identificativa que me permitiría evitar los arcos magnéticos, peligrosos al cruzarlos si llevas implantado un neuroestimulador.
También me dio el alta y me citó en quince días para ver como habían evolucionado las heridas.
Había ingresado ayer por la tarde y pensaba que después de la intervención pasaría el día en el hospital, pero no. Podía irme a casa ya o quedarme a comer allí, eso si, nada más terminase el puré y el pescado hervido……..«Buenas tardes y buena suerte».

                                              Muchísima salud