El hormiguero

De cintura para arriba me habían dejado bien jodido. Tres grandes apósitos se repartían por la espalda cubriendo las numerosas grapas que cerraban las incisiones que me realizaron. Eran cuatro en total.
La primera, previo rasurado de pelo en el cogote, constaba de cinco grapas y comenzaba desde el principio de la nuca y continuaba hacía abajo.
A escasos dos centímetros empezaba la segunda incisión, la dirección era la misma. Para esta necesitaron nueve grapas.
Los cables tenía qué ser desviados para hacerlos llegar a la pila, con lo cual la tercera incisión era realizada en la parte izquierda de mi espalda a una altura por debajo de la segunda incisión. Once grapas la cerraban

Grapadora

Con todos los recortes, ¿qué utilizarían para las grapas?

Ya sólo quedaban una, la más atrevida, la que se encontraba encima de la nalga izquierda. El corte fue transversal, las grapas diecisiete, pero eso era lo de menos, su importancia radicaba en lo que escondía debajo.
Colocaba la mano con cuidado encima de la gasa y notaba el bulto que me provocaba la pila redonda insertada en mi cuerpo.
Las grapas me tiraban a cualquier movimiento y tenía serias dificultades al mover la cabeza. No sé cómo podré pasar la noche. No entiendo como hace siete horas me estaban «rajando» y poniéndome un «chisme» en la cabeza y ahora en vez de estar allí haciendo noche, controlado, ando aquí echo polvo.
Quizás me estuviese superando el miedo, todo ese que antes no tuve. Nada tenía que ver con los llamativos cortes de la espalda, ni las molestias de las heridas o la posible aparición de la bestia en aquel estado. Desde que me habían convertido en Robocop sólo una cosa ocupaban mi mente, la parestesia era lo que me agobiaba, ese hormigueo constante en los dos lados de la cabeza.

¡¡¡Mirar chicos!!! ¡¡¡Electrodos!!!

¡¡¡Mirar chicos!!! ¡¡¡Electrodos!!!

¿Hormigueo? ¡¡Que cojones!! Lo que sentía era un hormiguero entero en el lado izquierdo y otro en el derecho. Cientos de obreras cavando túneles e introduciendo comida mientras alguna reina se dedicaba a poner huevos. Que cachondos un hormigueo….
Había que acostumbrarse a ese «hormigueo» constante y que se hacía más pronunciado cada vez que movía la cabeza, no quedaba otra, aunque parece que al principio no va a ser fácil soportar a los vecinos de arriba.
Con tanto jaleo que tienen de electrodos en los áticos izquierda y derecha, me da que a mi me iban a poner la cabeza como un bombo.

                                                   Muchísima salud

«Buenas tardes y buena suerte»

Desperté confuso y todavía sin una respuesta clara a las órdenes que el cerebro transmitía a mis extremidades. Era lo normal después de una intervención con anestesia. Lo diferente era la sensación que notaba en la cabeza, un…… «hormigueo» que se acentuaba con cada movimiento que hacía con ella. El neuroestimulador ya formaba parte de mi.
Poco tiempo tuve de intimidad con mi despertar y con mis nuevos inquilinos de la cabeza, la presencia de dos trabajadoras de la empresa de la marca del neuroestimulador, venian a alterar mis primeros cinco minutos de adaptación a los electrodos y a la percepción que sentía.
Todavía resiste algo de anestesia en el cuerpo, pero ya menos, empiezan a ser notables las molestias en la espalda, y allí están las dos «mendas» de Boston Scientific, al lado de mi camilla en un sala anexa al quirófano donde me han intervenido.

¡¡Jose!! ¡¡Jose!!. Bienvenido a tu nueva experiencia.

¡¡Jose!! ¡¡Jose!!. Bienvenido a tu nueva experiencia.

La alta de pelo rizado se dirige a mi por mi nombre, me suena su cara, creo haberla visto en el quirófano antes de la operación, con lo cuál me vio en pelotas, me ruborizo.

Me enseñan un mando a distancia y me cuentan cómo se utiliza. Servirá para subir y bajar la intensidad de los electrodos y para cambiar programas. También me facilitan un cargador para la pila, cuando esta se está quedando sin batería el mando te lo va indicando. La carga se realizará acercando el cargador a la pila situada encima de mi glúteo izquierdo. Para ayudarla me facilitan un cinturón donde meter el cargador y hacer contacto con la pila de mi cuerpo sin necesidad de estar agarrándolo.

De lo único que me enteré era de cómo se bajaban y subían las intensidades en el mando y de cómo repercutían en los electrodos y en las sensaciones de «hormigueo» en la cabeza. Se dedicaron a probarlo in situ varias veces para comprobar como efectivamente si le daban a subir, flecha hacia arriba, subía la intensidad y si daban a bajar, flecha hacía abajo, ésta bajaba. Como diría Rosario: «Sois unas monstruas».
De lo demás de poco me enteré, ni de lo del cargador, ni de los programas ni nada. Andaba yo empezando a notar el cuerpo molido y sin poder dejar de prestar atención a las nuevas sensaciones que me producía la cabeza. Tenía ésta como para centrarla en las dos cacatúas qué hablaban a la vez. Dejaron todos los aparatos encima de la cama una vez hubieron dado toda su explicación , y se despidieron recordándome que en la caja venia un libro de instrucciones. ¡¡¡Que cachondas!!!, ¿qué quieres recién despertado?, ¿qué me entere?. Las instrucciones venían en inglés.

¡¡La flecha para arriba, sube la intensidad, la flecha para abajo, la baja!!

¡¡La flecha para arriba, sube la intensidad, la flecha para abajo, la baja!!

El siguiente en aparecer fue el celador para conducirme bajo el cobijo de la familia que me esperaban desde primera hora de la mañana  que desaparecí de la habitación. Era la hora del Angelus cuando hacía acto de presencia ante una preocupada Marta. Todo estaba bien, lo único los dolores de la intervención qué empezaban a aparecer. La rigidez del cuello producto de las grapas aplicadas para cerrar las heridas de esa parte, ese «hormigueo» constante, y las demás incisiones  en espalda y encima del glúteo, hacían incómodo cualquier movimiento o cualquier postura que quisiera adoptar.
No llevaba media hora en la habitación cuando se presentó el Dr Paz, responsable de la operación, interesándose por mi estado y facilitándome la tarjeta identificativa que me permitiría evitar los arcos magnéticos, peligrosos al cruzarlos si llevas implantado un neuroestimulador.
También me dio el alta y me citó en quince días para ver como habían evolucionado las heridas.
Había ingresado ayer por la tarde y pensaba que después de la intervención pasaría el día en el hospital, pero no. Podía irme a casa ya o quedarme a comer allí, eso si, nada más terminase el puré y el pescado hervido……..«Buenas tardes y buena suerte».

                                              Muchísima salud

Robocop

La noche previa a la intervención la pasaba en el hospital, a las siete y media de la mañana acudirían a buscarme. Tendría que estar duchado y bien presentable para el Sr neurocirujano, quién había decidido ponerse manos a la obra a las ocho en punto. A quien madruga……
Y así fue, a la hora prevista por la organización aparecían unos celadores para indicarme que me tumbara en la cama con mi discreto camisón. Eso hice, taparme todo lo que pude, despedirme de mi mujer con un «cariño, ¿se me ve algo?», y enfilar los pasillos camino del frío quirófano empujado por un celador de ritmo cansado.
Pensé, ingenuo de mi, que me dejaría en alguna sala previa al quirófano dónde pudiese hacer la última reflexión ante lo que se avecinaba mientras llegaba el neurocirujano y su equipo.  Pero no, se encontraban ya todos allí, eran madrugadores y me estaban esperando.
Inevitable….. ¡íbamos al lío! mis nervios se acrecentaron al cruzar la puerta del quirófano y encontrarme como unas ocho personas que me daban la bienvenida. Todos me saludaron de forma cordial, incluso el Dr. Paz, neurocirujano y líder de aquella tropa. Intercambió unas palabras de tranquilidad conmigo.

Camino al ...¿cambio de vida?

Camino al …¿cambio de vida?

Hubo otro más atrevido, enfermero quizás, que me pidió que me despojase de la fina sábana y el escueto camisón dejándome en pelotas encima de la cama. Y así, en «porretas», permanecí quince interminables minutos viendo pasar gente por delante y por detrás. No imaginaba que podía sentir tanto pudor, pero sí, las manos me sudaban a pesar del frescor de la sala y no sabía muy bien que hacer con ellas, si taparme alguna parte delicada del cuerpo o mostrarme tal cual soy, con mis virtudes y mis defectos.
Tumbando desde mi posición podía observar cómo a metro y medio manipulaban todo lo necesario para comenzar la operación. Yo estaba deseoso de que así fuera, quería ser trasladado de aquella cama al lugar de la intervención y así poder terminar con el problema de la vergüenza de la desnudez.
Me colocaron en la mesa de operaciones en una posición difícil de explicar, ya me habían pinchado y Morfeo me esperaba con los brazos abiertos. Yo encantado de abrazarme a el y que su cuerpo tapase el mío desnudo.
Me estaban robotizando.

¡¡Jose!! ¡¡Jose!! Alguien me está llamando. El sonido me viene lejano y me encuentro demasiado adormilado para contestar. ¿Dónde estoy? No se está mal, a lo mejor un poco incomodo, pero se está tan…tan…. «agustito».

¡¡Jose!! ¡¡Jose!! Abro los ojos y bajón, ¡¡el quirófano!! y el momento de que me introduzcan los electrodos, que los pongan en marcha y que les avise de si los estoy notando o no.
Los electrodos se encuentran pegados al cable y recubiertos por un cánula acabada en punta que me pinchan e introducen en la cabeza por encima de la nuca. Tiran de la cánula y queda introducido el cable con sus cuatro electrodos. Realizan la misma operación tanto en el lado derecho cómo en el izquierdo. Son los únicos momentos de dolor, de sobra soportables para cualquier enfermo de CR, dura poco tiempo y tienes la ventaja de todavía conservar anestesia en tu cuerpo.

¡¡¡Siiii!!! ¡¡Noto un fuerte hormigueo!!

¿Que si siento un hormigueo?…..

Una vez colocados fui respondiendo si notaba algo en la cabeza, cada vez que me preguntaban. Un fuerte hormigueo delataba que el electrodo estaba funcionando. Después de aquella experiencia volvería al sueño profundo para encontrarme un despertar totalmente distinto a cualquier otro.
Sería un hombre «biónico»

                                        Muchísima salud